Aquel verano de principios de los 80 estaba siendo especialmente caluroso y toda la ribera bilbaína hervía con una ría que quería salirse de sus cauces, tomando una vez más las márgenes que la cercaban.
Nekane parió casi sin darse cuenta, acompañada un día más por sus sueños rotos por el caballo y la miseria. Un leve soplo de brisa fresca barrió con timidez el triste descampado donde solía ir a picarse, llevándose su vida como solo la Parca se lleva a los inocentes… con la rapidez del que ignora su llegada.
Así vino al mundo ella, bajo un cielo cargado de tristeza, recogida por los ertzainas y con algo entre las piernas que no era suyo. Su paso por los distintos centros residenciales fue una historia complicada y difícil, llena de vejaciones y terrores nocturnos. Con el tiempo llegó a crearse un mundo propio, personal, íntimo, intransferible, que la protegía del exterior, de los golpes de los demás niños, de sus burlas, de sus desprecios…
¿Era realmente diferente? ¿Por qué?
¿Por qué llevaba un nombre de chico, cuando ella era simplemente ella? Una chica como las demás, atrapada en un cuerpo de hombre, que sólo aceptaba como el preso que no termina nunca de aceptar su cadena perpetua, aunque no tenga más remedio que convivir con ella.
Después vino la familia de acogida y aunque eran tiempos difíciles, la suerte quiso premiar su sufrimiento con unos nuevos padres y hermanos bondadosos. Aquella familia comprendió pronto lo que estaba ocurriendo y por fin la brisa trajo desde la vieja y gastada ría un soplo de alegría y de esperanza renovada. Fueron años de lucha.
La primera vez que su nueva madre la llamó por su nombre, por su nombre verdadero, Aline, sintió que algo se rompía en su interior y que una nueva etapa de su vida comenzaba. Fue la primera vez que no lloró en soledad, que lloró acompañada…
A finales de los 90 se trasladaron a Madrid. Allí comenzó un largo proceso de hormonación, de compromiso con el movimiento y de cambios físicos sutiles que fueron dando paso a una nueva personalidad. Fue el momento de la crisálida, aunque todavía tuvo que esperar algunos años más para convertirse en la persona que siempre fue, gracias al doctor Asenjo, a su equipo, a sus padres, a sus amigos y a las asociaciones que la ayudaron, la protegieron y la cuidaron.
Fueron días inacabables de hospital, de curas dolorosísimas. Fue el tiempo de la herida abierta que trajo como fruto tardío aquello que siempre había deseado y que se llevó lo que tenía por demás en su cuerpo, que no era suyo, que no le pertenecía.
El 13 de julio de 2009 justo cuando cumplió 27 años pudo definitivamente ver en su DNI su nombre verdadero.
Fue un día de gozo y celebraciones.
No serían más de las 10:30 de la noche cuando al subir las escaleras del metro, acompañada de su chico, la díscola Fortuna quiso meterse en su vida para golpearla una vez más. No eran ultras, no eran de ninguna tribu urbana… simplemente eran jóvenes borrachos, intolerantes preñados de ira y de odio. Los golpes se sucedieron junto a los insultos. ‘Travelos hijos de puta’, ‘Os vamos a matar’. Una y otra vez. Se reían. Uno de los agresores cayó al suelo junto a ella. Jamás olvidará su mirada cargada de odio.
Después la oscuridad, el silencio, la sirena de la ambulancia, voces amigas pero desconocidas…
Aline no se doblegó.
Los años han pasado.
A veces su ama le dice » Eres de hierro, estás hecha del mineral de los Altos Hornos» y ella sonríe.
Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Los jueves a la Asociación donde colabora. Y los sábados con la cuadrilla.
Algunas veces se acerca a la esquina de «La Vía Láctea» cierra los ojos y le parece escuchar entre el ruido de la gente que pasa, la vieja canción de los Nacha Pop «Una décima de segundo más» y entonces a la brisa esa que le acompaña desde que nació, le dice bajito, pero con toda la fuerza de su corazón » Soy Aline, sólo una mujer» y la brisa le devuelve, con su mejor soplo, la afirmación rotunda de su esencia que ya nunca le podrán quitar.