Cine Social

 

A pesar de la recesión sufrida por la cinematografía como consecuencia de la crisis económica y los recortes a las ayudas institucionales, el cine comercial y las producciones para televisión (realitys y ficción fundamentalmente) han sabido superar la misma y volver a crear nuevas expectativas. El tránsito a esta nueva situación de producciones económicas incipientes ha sido ciertamente doloroso y algunos géneros, el documental por ejemplo, han visto cercana su práctica desaparición en nuestro sector. Esto en cuanto a lo que podríamos denominar como cine capitalista.

Desde finales del año 2008 hemos visto caer la producción (si tenemos en cuenta también las producciones independientes) en más de un cuarenta por ciento, siendo muchas las empresas y productoras cinematográficas y de televisión que se han visto abocadas al cierre por motivos económicos. Malos tiempos para la Lírica, como decía la tan traída canción del pop español de los ochenta.

Y es que las cifras no engañan y la mayoría de empresas en activo apenas cubren gastos estructurales. A lo largo de 2016 y 2017 las producciones independientes no han alcanzado los niveles de presencia que estábamos esperando y las ayudas, cada vez más exiguas, prácticamente han desaparecido.

En cuanto al cine comercial, si bien es cierto que el nivel de producción se ha mantenido (¿eso es bueno?) los costes se han reducido enormemente y la factura final se ha visto reducida a base de emplear a menos profesionales y compensar su trabajo con sueldos ínfimos para el sector. No obstante hemos de reconocer, a pesar de todo, el éxito comercial de varias películas en cuanto a taquilla se refiere. Incluso se ha llegado a incrementar la cuota de mercado gracias a estos éxitos.

El caso de la producción televisiva es diferente. Las productoras han visto como las cadenas tradicionales rebajaban hasta lo más ínfimo su asignación para la producción externa, dejando a estas en una situación económica lamentable, cuando no abocadas al cierre permanente. Los recortes han sido dramáticos y la calidad de lo que actualmente podemos ver en parrilla, en algunos casos, es verdaderamente lamentable.

Además, se ha producido un nuevo fenómeno de encasillamiento, en donde es difícil convencer a los productores para que inviertan en productos alejados de la comedia (cine comercial convencional) o los realitys y talent shows (en cuanto a la televisión generalista se refiere), que ya empiezan a dar signos de claro agotamiento. Al respecto simplemente hay que analizar los niveles de audiencia para darse cuenta de cuál es la situación real.

El problema parece haberse enquistado negativamente y se presume necesario un golpe de timón que nuevamente coloque la producción española en el nivel que le corresponde.

Todo lo anterior parece quedar meridianamente admitido por la generalidad de profesionales del sector y las correspondientes academias. Además el ingreso en la cadena de producción de los nuevos profesionales que ansían incorporarse a su primer trabajo en la cinematografía, se presenta como una tarea ardua cuando no prácticamente imposible.

Pues bien, si el cine y la producción comercial para televisión presentan estos malos datos y carencias… ¿qué ocurre con las producciones independientes y la nueva cinematografía? ¿Y el cine social? …

 

 

El porqué del Cine Social

Vivimos un proceso de recapitalización de la cinematografía. Desde que en el año 1958 el periodista e historiador del cine español José María García Escudero abordase el nuevo concepto de “cine social” hasta nuestros días la industria del celuloide apenas ha avanzado algunos tímidos pasos en la concreción de un género que hoy día (probablemente cuando más falta hace) sigue permaneciendo en el olvido. En efecto, el llamado “cine social” no está de moda y lo que es peor todavía seguimos en la obstinación de no admitir nuestra responsabilidad y compromiso social con la cultura, relegando esta (en lo que a nuestro sector se refiere) a una participación (exigua generalmente) de carácter económico por parte de las instituciones a las más conocidas productoras, para que los de siempre nos sigan ofreciendo el mismo producto de entretenimiento una y otra vez como en un bucle imposible de detener.

Y no es que estemos en contra del entretenimiento como manifestación terciaria de la cultura, sino que más bien entendemos esta última como un vehículo que nos puede ofrecer la posibilidad real de aportar algo más que una entretenida sucesión de imágenes y sonidos, algo que realmente aporte un plus de conocimiento, responsabilidad y compromiso al espectador.

El “cine social” hace referencia a una verdad muchas de las veces incómoda, ignorada en ocasiones, y que nos muestra un género cinematográfico (en ocasiones también televisivo) que utiliza los recursos que le son propios como medio para poder expresar y denunciar la existencia de distintas problemáticas sociales, que el entretenimiento o la ficción suelen dejar de lado en su búsqueda espurea de resultados económicos.

Y es en este momento, cuando debemos volver a plantear las siempre presentes cuestiones consustanciales al nacimiento y existencia de la propia cinematografía… ¿Debe ser el viejo celuloide un instrumento que ponga de relieve nuestras carencias sociales? Desde este Colectivo entendemos que sí.

Buscamos la transformación social integral y la consecución de unos ideales de solidaridad y justicia, que como decíamos al principio de estos párrafos no están de moda. Buscamos intervenir la realidad para mostrarla en toda su crudeza, sólo así seremos capaces de abordar las conciencias más retraídas frente al hecho social.

Y es que este, se enmarca, lamentablemente hoy en día, en la corrupción, el desempleo, la violencia machista, la pérdida de derechos laborales y la intolerancia frente al distinto, al diferente. De esta forma, la cinematografía oficial, en la mayoría de los casos, nos conduce como dóciles borregos hacia la superficialidad trivial que cada velada se oferta en las grandes pantallas de nuestras salas de cine. Con éxito, por supuesto, no lo negamos. Cada día se hace más caja y las llamadas superproducciones triplican y cuadriplican sus inversiones iniciales y toda la industria se regodea de la vuelta a esta recapitalización (así queremos denominarlo) del maravilloso instrumento de los hermanos Lumière.

Y es precisamente este hecho social, tan presente en nuestros informativos televisivos y tan olvidado en nuestras conciencias, lo que mueve el “cine social” siempre como un instrumento, como un medio privilegiado y nunca como un fin en sí mismo. Y es que este género cinematográfico, hoy apartado de nuestras producciones, puede llegar a ser la mayor expresión audiovisual de un compromiso, el compromiso con el tan traído hecho social y su problemática.

Sólo buscamos el éxito, el espectáculo y la taquilla. He aquí que seguimos participando del mismo error de siempre. Y si banalizamos este aporte increíble que ha permitido, cuando no allanado, el paso a la generalización de la civilización, estaremos perdiendo gran parte de nuestra propia esencia como seres humanos. Nuestro discurso debe centrarse en la necesidad de dotar al séptimo arte de significado. Y esta es la clave para evitar la muerte prematura del mismo o lo que es aún peor su reducción a un simple mecanismo audiovisual, que lo mismo puede entretener a un espectador que a un simio.

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